Hay dos formas de entender el sindicalismo. La de quienes apuestan por la concertación y dejan la confrontación en un segundo plano, por un lado, y la de quienes apostamos por un sindicalismo de contrapoder, por otro, la de quienes situamos la fuerza de las y los trabajadores en la organización y la capacidad de lucha. Algunos sindicatos se limitan a defender los derechos que la legislación del momento reconoce a las y los trabajadores. Nosotros y nosotras, en cambio, no nos conformamos con eso, el nuestro es el sindicalismo vasco transformador. Queremos cambiar la legislación vigente, el orden económico y social vigente. En primer lugar, porque no es justo; porque se basa en la opresión de los y las trabajadoras, de las mujeres* y de los pueblos. Y en segundo, porque es cada vez más inviable, porque está poniendo en jaque la vida del planeta.
Por lo tanto, el nuestro es un sindicato socio-político. Así ha sido desde su creación, hace cinco décadas. En aquella época el movimiento obrero vasco tenía mucha fuerza. No sólo reivindicaba derechos laborales, sino también derechos civiles y políticos; entre ellos, el derecho a constituir sindicatos autónomos y elegir la representación sindical. Reivindicaba el fin de la dictadura vigente durante cuarenta años, la amnistía para todas las personas represaliadas, el derecho de autodeterminación de Euskal Herria.
El siguiente fue un hito entre los acontecimientos históricos que demuestran el compromiso político del movimiento de trabajadores y trabajadoras de la época: cuando un agonizante Franco firmó sus últimas condenas a muerte, se llevó a cabo una Huelga General de tres días en Hego Euskal Herria. El 27 de septiembre de 1975 Txiki y Otaegi fueron fusilados por el régimen con el fin de truncar la lucha por la liberación nacional de Euskal Herria. El 3 de marzo de 1976 se produjo la masacre de Gasteiz: la policía disparó contra miles de trabajadores y trabajadoras que reclamaban mejoras laborales, y asesinó a cinco de ellos.
El camino recorrido para denunciar los acontecimientos del 3 de marzo y exigir responsabilidades ha sido largo. Los sucesivos gobiernos españoles se han negado a asumir la responsabilidad que corresponde al estado. Afortunadamente, el trabajo realizado por la iniciativa popular ha dado sus frutos y, entre otros, la iglesia que fue testigo de la masacre de Gasteiz se convertirá en un centro oficial para la memoria. El 50 aniversario es una buena ocasión para dar un impulso a la memoria y al reconocimiento histórico y, sobre todo, a la lucha de la clase trabajadora vasca.
De hecho, con este tipo de actos represivos, la élite franquista pretendía establecer con claridad los límites de lo que se conoció como la «transición española»: ni derecho de autodeterminación ni transformación social. Esta fue la denuncia realizada en la época por el recién creado LAB. Y esa ha sido la esencia de la lucha que hemos llevado adelante en estos 50 años: abrir la puerta a la liberación nacional y social de Euskal Herria. Y en cuanto al ámbito sociolaboral, la constitución del Marco Vasco de Relaciones Laborales y Protección Social.
Gracias a la lucha de las y los trabajadores, desde 1975-76 hemos conseguido avances en derechos laborales, reconocimiento sindical, en infraestructuras de barrios obreros, servicios públicos, creación de instituciones propias. También de ahora en adelante la lucha será necesaria para defender derechos conseguidos y conquistar nuevos derechos, entre otros, el establecimiento del salario mínimo y la pensión propia o la creación de un sistema público y comunitario de cuidados. La lucha será necesaria para dar pasos en la liberación nacional y social de Euskal Herria.
Frente a la ofensiva neoliberal, frente a los fascismos renovados, lo que defendemos es un profundo cambio de lógica. Pasar del modelo que sitúa en el centro a los beneficios de unos pocos al modelo con pondrá en el centro la vida de todos y todas. En Euskal Herria hay posibilidades de avanzar en esa dirección. Tenemos que conseguir la mayor soberanía posible para mejorar las condiciones laborales y de vida de los y las trabajadoras vascas, acabar con la violencia y la discriminación hacia las mujeres*, ser pueblo de acogida, poder vivir y trabajar en euskera.
Como hace 50 años, también ahora decimos alto y claro: no nos limitaremos a cumplir la función que el orden económico y social actual nos concede. De la misma forma que las y los trabajadores de entonces, ¡nosotros y nosotras también queremos cambiarlo todo, vamos a cambiarlo todo!

