Artículo de Amanda Verrone, de la Secretaría Internacional; Elixabete Etxeberria y Maddi Isasi, de la Secretaría Feminista.
Hoy hace 12 años se derrumbó el edificio Rana Plaza en Daka, Bangladesh. Una tragedia, un brutal asesinato, una masacre empresarial que se podía haber evitado. La mayoría de las víctimas eran mujeres* y niñas. Murieron 1.134 y 2.500 resultaron heridas.
Los derechos laborales, inspección, seguridad y condiciones de vida y trabajo dignas fueron violados. Todo para asegurar la producción a un ritmo elevado, para que pudiéramos seguir consumiendo lo máximo posible y a toda velocidad aquí, en nuestros países de occidente. Todo esto tiene mucho que ver con nosotras, aunque sucediera lejos, aunque desconociéramos las condiciones laborales allí, aunque no queramos saber, aunque miremos a otro lado.
No abordemos esto desde la distancia, la ropa que se producía y se sigue produciendo allí es parte del circuito de extracción-producción colonial comandado por grandes corporaciones como Benneton, Gap, Walmart o El Cortes Inglés. De hecho, cuando ocurrió el accidente, la empresa PRIMARK declaró sin tapujos que otro modelo de producción no era “sostenible” para ellos. Muchas de las empresas implicadas se han negado a firmar el Acuerdo de Bangladesh, evadiendo su responsabilidad y aceptación de lo ocurrido para pagar las correspondientes indemnizaciones.
Esto no es un asunto del pasado. La industria mundial de la ropa depende en gran medida del trabajo de las mujeres*, quienes conforman hasta el 80% de su carga laboral global. Los compradores, en su gran mayoría, llevan su producción al extranjero: donde el expolio sigue vivo mediante bajos salarios y pésimas condiciones. Esta es una realidad que se reproduce de diferentes formas en distintos rincones del mundo. La explotación de allí, la precariedad de aquí. También en Euskal Herria la lucha por condiciones justas en el comercio textil tiene rostro de mujer*, mientras las multinacionales siguen acumulando millones.
Las presiones sindicales y sociales por el derrumbe de Rana Plaza en 2013 trajeron consigo un aparente compromiso de las marcas, pero la realidad es que el acoso laboral, la violencia física y sexual, la represión sindical, las emisiones de CO2, la contaminación de acuíferos… continúan.
Las corporaciones transnacionales trasladan su producción allí donde el trabajo resulta más explotable. En un proceso continuo de acumulación, el mercado capitalista refuerza las desigualdades que estructuran las relaciones sociales, como el colonialismo, el heteropatriarcado y el racismo, y es incompatible con la urgente relocalización de la economía.
Hoy invitamos a reflexionar sobre nuestro modelo europeo de consumo. Nuestros privilegios están basados en la explotación de otros pueblos y conforman supremacismos que empobrecen y matan mujeres*. No podemos permitir que las vidas de las mujeres* sigan siendo el precio a pagar por la avaricia de la patronal. Rompamos con esta cruel expresión de la violencia machista.
A las puertas del primero de mayo, hoy más que nunca, reivindicamos el sindicalismo feminista internacionalista como sustrato de nuestras luchas contra el lucro sobre la vida y contra las innumerables violaciones practicadas por las grandes empresas, que en todo el mundo han violado nuestros cuerpos y territorios.
*Eskerrik asko a todas las sindicalistas comprometidas con el internacionalismo y a las mujeres* de Setem, Mugarik Gabe y de la Marcha Mundial de Mujeres de Euskal Herria por el trabajo para visibilizar esta realidad durante años.